lunes, 13 de diciembre de 2010

De repente



Fue de repente, como siempre sucede con los acontecimientos decisivos. ¿Será que su aparición inesperada los reviste de una gravedad que no tendrían si hubieran sido la consecuencia de un largo y profundo desgaste?
Vivimos marcados por las incertidumbres: no tenemos conocimiento del día o la hora en que nuestra actuación llegará a su fin y la aparición de hechos repentinos nos aproxima peligrosamente hacia nuestra más íntima verdad.
¡Qué ciegos estábamos!, decimos entonces situados en esa zona en la que las piezas empiezan a encajar. ¡Y sordos!, añadimos: las alarmas sonaban confundidas con el deseo de nuestros oídos de fundirse con el canto de los pajarillos del jardín al oscurecer. Te veíamos ya deambular por esa peligrosa zona en la que los sueños se mezclan con los sufrimientos y las verdades últimas, que te han venido persiguiendo inútilmente, consiguen atraparte jadeantes rozándote las orejas con su cálido aliento.
¿Qué hacer?, nos preguntamos desde nuestro ahora, alzando los hombros en señal de impotencia. Extendemos torpemente los brazos que irremediablemente se desintegran nada más rozar la cortina de fluidos transparentes que separa nuestros mundos. Tengo la sensación de que el allá te va devorando y sus temidos pobladores, con sus desagradables voces, gritan todo aquello que más te duele. ¡Estoy aquí! ¡No temas! gritamos, aunque las palabras reboten y tú, que querrías creernos, nos mires asustada sabiendo en lo profundo que no podemos hacer nada.